Jacinta Escudos
Preguntas:
- ¿Cómo comenzó la relación con ArteFacto?
- ¿Qué te encontraste en Nicaragua?
- ¿Qué estaba pasando en El Salvador en ese momento?
- Hablame un poco acerca de la publicación de tus textos breves en la revista, como el tenedor de mamá, el refrigerador de papá y el impacto de los mismos.
- ¿Cómo influyó Nicaragua y la participación en ArteFacto en tu obra?
- ¿Cómo fue tu participación en Voces del Monte? ¿De qué se trataba la “destrucción” de la instalación con el rito, el incienso y la música? Y ese carácter espiritual del espacio y de ser de todos.
- ¿Cómo entendés o entendías vos el concepto de Zona Cultural Autónoma? ¿De qué forma funcionaba esa idea en ArteFacto?
- ¿Qué papel jugó la participación de las mujeres en ArteFacto, tanto en el espacio como en la revista? A mí me llama mucho la atención de que en otros grupos de artistas anteriores a éste la participación de las mujeres era muy poca o casi nula, sin embargo en ArteFacto había una presencia bien fuerte e importante: vos, Carola, Tania, Patricia, Tere, etc.
Respuestas:
1. ¿Cómo comenzó la relación con ArteFacto? ¿Qué te encontraste en Nicaragua? ¿Qué estaba pasando en El Salvador en ese momento?
Sinceramente, no recuerdo bien cómo llegué a ArteFacto. Creo, pero no estoy segura, que fue a través de Tania Montenegro. Ella trabajaba en el suplemento Ventana, que aparecía los viernes en el periódico Barricada. Yo colaboraba con artículos en dicha revista, con la que me involucré a través de Pablo Cerna, un periodista salvadoreño que también trabajaba ahí.
Estamos hablando de inicios de los años 90, pero yo llevaba viviendo en Nicaragua desde finales del 81. No voy a contar por qué o cómo llegué a Nicaragua, que sería larguísimo y no viene al caso. Pero me tocó vivir la gloria y la decadencia de la revolución, que culminó con la pérdida de las elecciones en el 90, por parte del sandinismo.
El momento histórico era complejo, porque comenzaba a caer todo el bloque socialista. En noviembre de 1990, mientras caía el muro de Berlín, en El Salvador, el FMLN impulsó una ofensiva guerrillera “final”, porque tenían la intención de provocar una insurrección de masas, como la que ocurrió en julio de 1979 en Nicaragua. Pero esa insurrección no ocurrió y comenzaron las negociaciones para lograr la firma de los Acuerdos de Paz, suscritos en 1992.
Había muchísimos salvadoreños viviendo en Nicaragua. Algunos se atrevieron a regresar apenas firmados los Acuerdos de Paz. Yo permanecí unos años más, pues desconfiaba que el acuerdo alcanzado fuera estable, debido a algunos hechos violentos que siguieron dándose luego del 92.
Durante los años de la revolución hubo una intensa actividad cultural (talleres de poesía, festivales de música, lecturas públicas de poesía, teatro, exposiciones, buen cine en la Cinemateca, etc.) Cada periódico tenía su propio suplemento cultural, lo cual, visto en perspectiva, era todo un lujo. Había numerosas exposiciones de pintura, se hacían publicaciones masivas de libros y estos tenían precios accesibles para todo bolsillo. Me interesaba y acudía a muchas de esas actividades, como alguien que comenzaba a tomarse en serio la escritura. Publiqué mi primera novela en El Salvador, en 1987, y escribía cuentos. Participé en un par de talleres literarios, uno con Sergio Ramírez y otro con Lizandro Chávez Alfaro y poco a poco, a través de todas esas actividades, fui conociendo a varios artistas nicas.
2. Hablame un poco acerca de la publicación de tus textos breves en la Revista ArteFacto, como el tenedor de mamá, el refrigerador de papá y el impacto de los mismos.
Como mencioné, yo comenzaba en esos años a tratar de tomarme en serio la escritura, es decir, tratar de desarrollar un oficio, una constancia en la escritura y las publicaciones. De ahí también el interés en participar en los talleres literarios de Sergio y Lizandro y de atreverme a publicar reseñas de libros y comentar eventos culturales. Raúl Quintanilla me ofreció espacio para publicar algo y le di un par de textos breves.
Medir el impacto de la lectura en los demás, no sé. Eran tiempos en los que no había internet, así es que la retroalimentación de los lectores era apenas la que te podía dar gente que había leído los textos en la revista, el boca a boca. Pero, por la misma gente de ArteFacto y por la reiteración de volver a publicar textos propios, supuse que los cuentos interesaban. Ese fue un elemento que me motivó a continuar con la escritura, porque había un grupo de gente que pensaba que había algo valioso en aquellos textos, que luego conformaron mi primer libro de cuentos, publicado en 1993.
3. ¿Cómo influyó Nicaragua y la participación en ArteFacto en tu obra?
Toda la efervescencia cultural, tanto de los años de la revolución, como la posterior, todas las diversas posturas (tanto las complacientes con la revolución como las críticas con ella) fueron para mí, como escritora en formación, un ambiente muy rico y estimulante. Había muchísima discusión política y teórica también, que te hacía conocer todo tipo de posturas.
Para los artistas, creo que uno de los grandes retos era encontrar una voz propia, individual, que no fuera masiva o grupal ni complaciente con el discurso general. En ese sentido, Artefacto era interesante porque era un proyecto provocador, crítico, que valoraba la experimentación, lo diferente, que cuestionaba los estereotipos, que se burlaba de ellos. No era un grupo solemne y ninguno se tomaba a sí mismo demasiado en serio como artista, pero cada quien hacía lo suyo. Ese fue un balance bien interesante que tuvo ArteFacto.
Con lo que me identifiqué siempre fue con esa irreverencia, con el prueba y error que permite la experimentación artística y literaria. Fue un privilegio conocer a gente como Carlos Martínez Rivas, por ejemplo, que también estuvo muy vinculado a la revista y donde se publicaron muchos de sus últimos textos.
4. ¿Cómo fue tu participación en Voces del Monte? ¿De qué se trataba la “destrucción” de la instalación con el rito, el incienso y la música? Y ese carácter espiritual del espacio y de ser de todos.
Aquí, la verdad, te quedo mal, porque no recuerdo bien esa actividad. Creo que fue una donde hubo varias instalaciones en la casa del barrio Monseñor Lezcano. Si fue esa, me tocó prender un sahumerio, como símbolo de limpieza de malas vibras. Pero la verdad, no recuerdo detalles. Muchas cosas surgían de manera espontánea, no eran premeditadas, analizadas. Algunos eventos se montaban y durante el montaje se nos ocurría algo, “prendamos incienso” o “pongamos esta musiquita”, a ver cómo salía. Quizás el simbolismo se analizaba después, también de acuerdo a la impresión que le causaba al público al ver o participar en los eventos.
5. ¿Cómo entendés o entendías vos el concepto de Zona Cultural Autónoma? ¿De qué forma funcionaba esa idea en ArteFacto?
Era lo no complaciente. ArteFacto podía parecer un grupo hiper crítico que jamás estaba conforme con nada, pero en esa postura había una actitud que buscaba, o mejor dicho, que exigía originalidad, mensajes o lenguajes propios, propuestas que buscaran analizar los eventos y propuestas culturales desde ángulos que se atrevían a contradecir y cuestionar el discurso oficial de las políticas culturales. Se le daba valor a la calidad de las obras propuestas y al mensaje que iba implícito en ellas. No estaba alineado a ningún grupo político, religión, institución ni nada que representara una idea organizada.
6. ¿Qué papel jugó la participación de las mujeres en ArteFacto, tanto en el espacio como en la revista?
A mí me llama mucho la atención de que en otros grupos de artistas anteriores a este la participación de las mujeres era muy poca o casi nula, sin embargo en ArteFacto había una presencia bien fuerte e importante: vos, Carola, Tania, Patricia, Tere, etc.
Las mujeres que participamos en ArteFacto éramos muy, pero muy diferentes entre nosotras. Cada quien andaba en otro rollo y trabajando propuestas diferentes desde la poesía, la narrativa, lo visual, la fotografía (con Celeste González, quien tomó esa serie de fotos de Martínez Rivas y el interior de su casa en Altamira, que se publicó en un número homenaje de la revista).
Es innegable que esa variedad enriquecía al grupo y le otorgaba un equilibrio vital. Lo mejor es que eso ocurrió de manera espontánea, porque hay que mencionar que ArteFacto no es que tuviera una estructura, reglas o directiva (aunque se repartían roles en los créditos de la revista), pero todo funcionaba de manera algo anárquica, enfocada sobre todo en el hacer las cosas. No fue que alguien dijo “hace falta mujeres, llamemos a algunas”, sino que conocíamos a alguien del grupo, platicábamos, íbamos dando ideas y participamos, íbamos y veníamos, con plena libertad. Si permanecimos y trabajamos en las diversas propuestas de ArteFacto, fue porque encontramos un espacio que nos apoyaba y que nos permitía compartir nuestras propuestas, fuera a través de la revista o del espacio de la casa de Monseñor Lezcano.